Enrique Llopis (Cantante y Compositor)

ELVIO ROMERO

: El poeta que ponía música a las palabras

(Fragmento del libro “Cielito del Paraguay”. Un perfil de Elvio Romero)

Elvio Romero supo honrarme con su amistad. Lo primero que recuerdo, antes de tener la suerte de conocerlo personalmente, son sus poemas musicalizados por distintos integrantes de lo que fue el movimiento musical Canto Popular Rosario, que a comienzos de los años setenta, nació en mi ciudad y en el cual participábamos jóvenes provenientes de distintas corrientes musicales, identificados con las luchas y los debates de los grandes acontecimientos políticos y sociales que se producían en el país y en el mundo. La unidad latinoamericana, la búsqueda del “hombre nuevo”, las sangrientas dictaduras militares, el sueño de la revolución, el amor y la solidaridad, fueron reflejados en canciones de gran belleza, por distintos integrantes del movimiento. Recuerdo a Carlos Pagura y a Rafael Bielsa, integrantes del conjunto Objetivos comunes, como entusiastas promotores de la poesía del poeta paraguayo. Fue a partir de allí que comencé a interesarme en su obra, y lo primero que leí fue su magistral biografía de Miguel Hernández, Destino y poesía, publicada por Editorial Losada en 1954, un libro maravilloso sobre el enorme poeta español. Se dice que la famosa frase, “Adiós camaradas, amigos, despedidme del sol y de los trigos”, atribuida a Miguel Hernández, quien la escribiera en la pared antes de morir en la cárcel franquista, sería una licencia poética que Elvio se habría permitido adjudicarle al poeta oriolano al escribir su biografía. Supe entonces que, además de su Destino y poesía, había impulsado en la Argentina la primera edición del Cancionero y romancero de ausencias, editado con prólogo suyo por la editorial Lautaro, en 1958. A medida que iba conociendo detalles de su vida, la figura de Elvio cobraba para mí una dimensión cada vez mayor. Tiempo después me aboqué a la inmensamente grata tarea de musicalizar algunas de sus poesías que, por cierto me resultaban difíciles; pero su obra, profunda y compleja, me hizo comprender el maravilloso y misterioso mundo del Paraguay. Años más tarde, y a través de su entrañable amistad con los poetas Armando Tejada Gómez y Hamlet Lima Quintana, pude conocerlo más personal e íntimamente. El punto más alto de su amistad y su confianza lo hallé cuando, en 1986, me entregó en Buenos Aires una serie de poemas escritos para canción. Algunos me impactaron de manera sorprendente y allí nacieron los temas que hoy conforman la obra Cielito del Paraguay. Fue una experiencia extraordinaria. El trabajo me atrapó durante días, a punto tal que pasé noches enteras sin dormir, estudiando su obra. Con los años esa amistad se hizo más profunda y compartimos con Elvio, Armando y Hamlet, encuentros y veladas entrañables. Estos encuentros -cabe señalarlo- estaban dominados por la pasión: los tres poetas no acostumbraban manejarse con medias tintas, por lo que cada discusión política, cada obra musical que surgía, cada partida de truco, cada comida compartida, resultaban momentos recordables, que persisten nítidos en mi memoria. Anduvimos juntos por Europa y América Latina. Siempre recuerdo el viaje que hicimos a España en junio de 1991 para reunirnos con Rafael Alberti y otros dos grandes amigos y artistas talentosos: el fotógrafo argentino Roberto Otero y el poeta peruano Nicomedes Santa Cruz. En aquel año, viajamos juntos al Paraguay con la Comisión de Repatriación de los restos de José Asunción Flores y una delegación de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC), integrada por Ariel Ramírez, Eduardo Falú y César Isella, para transportar a su morada definitiva al “padre de la Guarania”. Los restos de Flores fueron recibidos con todos los honores después de un largo exilio y luego de encontrar la muerte en Buenos Aires, lugar elegido también por Elvio y muchos otros paraguayos para sobrellevar la lejanía de su tierra. La llegada de los restos del ídolo fue una apoteosis. Todo el pueblo se expresó de manera informal y conmovedora en honor de ese gran artista del Paraguay. Mientras era velado, se cantó, todavía lo siento en mis oídos, una obra de Elvio Romero con música de José Asunción Flores: María de la Paz. Al día siguiente, los restos mortales de Flores fueron transportados a una plaza céntrica de Asunción donde también descansa el insigne poeta paraguayo Manuel Ortiz Guerrero. Aquella plaza lleva, desde entonces, el nombre de estos “héroes del espíritu”: Plaza Manuel Ortiz Guerrero y José Asunción Flores. Enterrarlos en ese lugar público fue destacado por Elvio como “algo original y cautivante en este rincón solitario de América”, y aquel inolvidable 13 de noviembre de 1991, pronunció allí un discurso memorable: Los héroes del espíritu son tan importantes para un país como los héroes militares o los de las grandes gestas cívicas; defensores de la patria algunos, constructores civiles otros. Aquellos, los primeros, supieron interpretar el movimiento psicológico de la nación, erigiéndose en el intérprete de su alma. Sin éstos, la patria sería un establo vacío, un paisaje sin color, una tierra silenciosa y árida, un surco indigente, parásito y abandonado.
José Asunción Flores pertenece a los que crearon los bienes indispensables para apresurar los latidos del corazón, impulsar la emoción y engendrar los ideales que el hombre necesita para vivir. Suprimió las bajezas de su vida y se apoyó en las excelencias del espíritu. Forma, por eso, parte de las galerías donde deben estar los genios morales de nuestra geografía. (…) José Asunción operó un milagro sobre todos nosotros; nos evadió de nuestras miserias cotidianas, de nuestra sujeción a las mezquindades, nos resarció de nuestros sectarismos pequeños que creían que el mundo debía girar de acuerdo a nuestras propuestas; abrió, con llave mágica, las puertas de la cárcel de nuestras continuas miserias, hizo que el hombre se elevara por sobre sí mismo y penetrase en un reino de fantasía y de paisajes sublimes. Transportó a nuestra imaginación a una selva de melodías y relámpagos maravillosos, porque su intelecto penetró en nuestras almas para que no se estratifiquen en la pereza de los días infecundos, en la reiteración insípida de la mediocridad y el destino vanamente vivido. Escuchando su música, el hombre común, el simple mortal que no conoce el ensueño, es arrancado de su sitio y siente que hay dentro de sí algo que se apacigua, que sus nervios se distienden, que puede olvidarse de apagar el fuego cercano que amenaza incendiar su habitación, que vuelve a recordar el nombre de alguna persona olvidada pero a la que amó en otro tiempo. (…) Día a día esperábamos su regreso. Tardó en llegar ese día. Tardó en llegar. Y su llegada es el fruto de la paciencia y la esperanza, y hubo paciencia y hubo esperanza en los años aciagos y sombríos que nos deparó el destino. Todos, todos sabíamos que Flores volvería, que con un dedo no se tapa el sol, y que, como dijo un pensador ilustre, “las ideas no se matan”. Y es porque no se matan, que a pesar de los regueros de sangre, el alba aparece siempre reverdeciendo la tierra. Nos mueve una reflexión todavía. Así como soñamos con una patria en que quepan todos, hemos pensado que esta plaza se transforme en un camposanto para los héroes del espíritu, haciendo algo original y cautivante en este rincón solitario de América: un sitio único, donde vengan a descansar los caminantes, donde la juventud y la infancia puedan nutrirse del recuerdo de los grandes de nuestro arte, que vengan los ancianos a desovillar sus recuerdos y se besen los enamorados, un camposanto conmovedor y fragante donde, desde el infinito o desde donde estén, contemplen nuestros actos estos conductores del alma, y que no emane de nuevo de las sombras el tufo fétido de la mediocracia que todo lo rebaja, que todo lo castra, que todo lo envilece. (…) Honor y descanso, Maestro, en esta hora de retorno a tu tierra, en esta hora de reposo final, en esta hora de reunión de tus amigos y de tu pueblo.
Honor y descanso, Maestro, ahora que se actualizan, como necesarias, tus lecciones de modestia y de trabajador infatigable, ahora que se necesita humildad y no soberbia para orientar los rumbos de nuestro país sufrido y castigado por las inclemencias.
Honor y descanso, Maestro. Habrá caminantes que se detengan en este sitio, caminantes que no te conocieron y que sabrán que sólo un hombre grande puede, con la brillantez de su creación y las riquezas de su alma, ensanchar los límites morales del país. Habiéndolo hecho, sin una sola doblez que disminuya su carácter, sin agachar la frente ante ningún soberbio, serás de los pocos que caminan, con paso seguro y sin vacilaciones, por la puerta grande de nuestra historia.
¡Honor y descanso, Maestro!

¡Que hermosas y sentidas palabras! Al reunir estos testimonios, redescubro al poeta, al amigo, al prosista genial y al luchador incansable. Flotan en mi memoria, algunos de sus versos, como éstos de las “Coplas del amor viajero”:

Palomita, mi lucero / por las noches cántame, cántame como yo quiero / y mírame...

O aquel Cielito que dice:

Cielito, cielo y más cielo, / cielito de andar y andar cielito de mi desvelo / cielito del Paraguay.

Cada vez que interpreto las canciones que componen el disco Cielito del Paraguay, recuerdo aquello que sentenciaba Josefina Plá cuando decía que, al leer la poesía de Elvio Romero, “se escucha la voz de un pueblo reclamando su lugar en el coro de la libertad”.