Enrique Llopis (Cantante y Compositor)

ALBERTO CORTÉZ

: Un famoso desconocido

Algunos compositores tienen el don de llegar a la gente y ser cantados por el pueblo. Pertenecen, por cierto, a un elenco de elegidos. Sus canciones son desafinadas por miles de anónimos ciudadanos en la ducha, en la calle, en los lugares más inesperados. Uno va caminando y se cruza con alguien que viene tarareando una melodía, con otro que pasa en bicicleta silbando un estribillo, o se encuentra en una guitarreada cualquiera con alguno que “se sabe varias”. Y ahí descubre que todos los presentes también “se las saben”. En esa categoría milita, sin dudas, Alberto Cortez. Un enorme artista al que yo me arriesgaría a catalogar como un “famoso desconocido”, porque considero que su amplia obra no ha sido valorada aún en su justa dimensión. Cortez fue, desde el inicio, un referente en mi carrera. Lo he seguido, lo he admirado y, aún hoy, siento que en el escenario pago tributo a su influencia. Y lo pago con gusto, porque hay mucho para aprender de este hombre la llanura, sencillo y talentoso, que abrió un camino en el mundo de la canción de autor escrita en castellano. Lo descubrí a comienzos de los años setenta en Córdoba, en la Peña del Chito Zeballos, cuando alguien, guitarra en mano, cantó Manolo, y la canción me atrapó. Allí supe que la canción era de Alberto Cortéz y la incorporé inmediatamente a mi repertorio convirtiéndose rápidamente, para mí, en un caballito de batalla. En ese entonces yo trataba de abrirme paso como cantor y compositor pero, me sentía más seguro como intérprete y lo que componía, en la mayoría de los casos, lo reservaba para la intimidad. Así que cada vez que junto con mi amigo José María Nievas subíamos al escenario de “Corchos y Corcheas”, un legendario reducto de la música rosarina, cantara lo que cantara, siempre al final brotaba desde las mesas un coro imperativo, exigiendo que hiciera mi versión de Manolo.
Pocos años después, también en una peña rosarina, “La viruta”, descubrí otra canción de Alberto, con letra del Chango Funes. Era Miguitas de ternura, y no solo se sumó a mi repertorio sino que, además, la incluí en mi primer disco, grabado en 1975 con el acompañamiento de varios de los cantores y músicos que integrábamos el “Movimiento Canto Popular Rosario”; y años más tarde, en 1994 grabé una de sus más grandes creaciones: Distancia. Pero en aquellos tiempos (estoy hablando, insisto, de la década del 70), muchos cantantes argentinos y los músicos en general buscaban sus referentes en el exterior. Y este mirar hacia afuera se daba también en otros terrenos de la creación. Recuerdo un famoso reportaje realizado por la televisión española al gran Julio Cortázar, donde este afirmaba que si algo de bueno había tenido el famoso “boom” de la literatura latinoamericana de aquellos tiempos, era el haber provocado que los escritores argentinos se leyeran entre sí, ya que hasta entonces las lecturas habían estado orientadas siempre hacia autores europeos o norteamericanos. Ignoro si los músicos argentinos están esperando un boom o alguna onomatopeya que se le parezca, pero de algo estoy seguro: deberían escuchar con atención a ese tremendo hacedor de canciones que es Alberto Cortez. A ese músico inspirado que es Alberto Cortez. A ese cantante arrollador que es Alberto Cortez. Estoy seguro que encontrarían allí, en su obra, más de una enseñanza sobre el arte de hacer canciones populares y el no menos difícil arte de interpretarlas. Y si, además, tuvieran la suerte de cruzarse con él, como alguna vez la tuve, descubrirían además a un tipo cálido y campechano, de esos que a uno le dan ganas de tenerlo como amigo. De esos que cuando se van, uno siente que dejan “un espacio vacío”.

Enrique Llopis
Buenos Aires, otoño, 2007