Enrique Llopis (Cantante y Compositor)

Horacio Guarany

: Poeta y músico del amor

Quien toca este libro, toca un hombre, escribió Walt Whitman en la portada de su obra Hojas de Hierba. Armando Tejada Gómez no encontró más lúcido paralelismo que recoger la frase en sus escritos sobre Horacio Guarany, para afirmar: Quien toca a este hombre, toca un país. No exageró nuestro entrañable poeta, con quien compartimos, junto a Horacio, tantos sueños y tertulias. Fueron recoletos festivales de amistad sellados con el común lenguaje de octavas y metáforas, de opiniones descarnadas, de mateadas y mesas bien servidas y otras no tanto en el exilio, con la mágica musa del vino adormeciendo el odio, alimentando el amor y estimulando la esperanza. Pero podemos recorrer momentos importantes con un semejante, no sólo en calidad sino en ocasiones a través de una vida, sin llegar a conocerlo en plenitud. Y eso me pasó con la saga de Horacio, a la que mucho tiempo percibí, aún con admiración, a partir de los clichés que suelen asimilar mecánicamente, como sucedía con Jorge Luis Borges, la obra de un artista a sus posiciones políticas. Así las cosas, a mediados de 1998, Julián Navarro y Flavio Petrini, músicos argentinos radicados en los Estados Unidos, me llamaron para proponerme grabar un disco-homenaje a Horacio Guarany que recogiera sus más conocidas canciones de amor arregladas para orquesta. Revisando el repertorio, redescubrí, o finalmente descubrí a Horacio: de las más de cuatrocientas canciones que compuso, en su abrumadora mayoría, hablan del amor. Sí, del amor y los sentimientos de su pueblo, de la alegría, de la angustia, del deleite o de la pena. Descubrí entonces un artista universal, aquel que -parafraseando a Bernard Shaw- canta y escribe acerca de sí mismo y de su propia época y es, por tanto, el único que escribe y canta acerca de todas las gentes y de todos los tiempos. Volví entonces con otros ojos y desde otra atalaya a la certera definición de Armando Tejada Gómez hacia Horacio: “...el gaucho alzado con voz vindicadora es un poeta y un músico del amor”. Descubrí su forma de percibir el mundo a través del velo de su alma. Me reencontré con su arte como un rincón de la creación visto a través de su temperamento fino y filosófico. Comprobé que Guarany es un soñador que consiente en soñar con el mundo real. Y supe que no estaba ante un proyecto más o sólo ante una buena idea. Sentí que el disco se convertía para mí en una necesidad. En enero de 1999 comenzamos con los primeros “demos” en el estudio de “Pelusa” Navarro en Miami y con ese primer material me entrevisté con Horacio. No sólo se entusiasmó y lo aprobó, sino que también nos aportó nuevas ideas que permitieron mejorar lo que veníamos haciendo. Músicos del Perú, de Venezuela, del Ecuador, de Cuba, conocedores y admiradores de la obra de Guarany, se sumaron a las sesiones de grabación y la idea de “Pelusa” cobró fuerza a través de sus arreglos musicales y mi interpretación.
Alguna vez leí que nadie puede explicar cómo las notas de una melodía de Mozart o los pliegues de una vestidura de Tiziano producen sus efectos esenciales. No se razonan, se sienten. Por eso, después de muchos años sin fatigar escenarios, sentí que la poesía y la música de Horacio redescubría mi voz, le daba otro color y otra dimensión, como me había sucedido con él y su obra. Despertaban en mí, como nunca, los sentimientos dulces de ternura y amor. Todavía en Miami y aún sin saber cuándo ni cómo daríamos curso comercial a lo que estábamos haciendo, muchos fueron los recuerdos que me invadieron y me acompañan desde entonces. Con Horacio compartimos amistades que nos unen y momentos de dolores y alegrías, de distancias y regresos. Cómo olvidar, por ejemplo, Castro Urdiales, esa mágica bahía de pescadores en el norte español, paso obligado de todos los que andábamos recorriendo con nuestras canciones aquella geografía. Y allí, como en otros tantos sitios donde nos cruzó el destino, la solidaridad era un hecho concreto que Horacio practicaba cotidianamente. Recuerdo particularmente un día en que, estando yo en las islas Canarias, Horacio y Armando Tejada Gómez me hicieron viajar a Castro Urdiales y me propusieron defender una canción que iba a ser presentada durante el Festival de Benidorm. El tema se llamaba “El mundo es un pañuelo” y lo habían dedicado a Rafael Alberti, quien hacía poco tiempo había regresado a España de su largo exilio. No se llegó a un acuerdo con los editores y, luego de realizar todas las pruebas en Madrid, quedamos fuera del concurso. Fue también en Castro Urdiales donde compusimos con Hamlet Lima Quintana “Canción para Carlos Alonso”, que sintetiza la intensidad de los momentos vividos: Allí llegué una mañana a la casa de Horacio Guarany, para encontrarme con Armando y este Carlos Alonso del dibujo y el color alucinados. Eso fue ya hace tiempo, por el 78... Por estos días, ya a punto de editarse el disco, volví a repasar el citado libro de Armando donde califica a Guarany como “músico del amor” y en las Págs. 96-97 encontré un párrafo que sintetiza como ninguno aquel “redescubrimiento” personal de Horacio al que me referí: “...Por amor mantiene viva la llama de su canto. Su palabra va de la ternura a la barricada de las guitarras. De ahí que sus canciones con temas sobre la pareja humana, tengan tan certero impacto en todos los públicos. Nunca se sabrá si el secreto de la fulminante comunicación que logran sus yemas de amor, está en la sencillez de su verso -sin embargo denso- o en la honda simpatía de su vena melódica, pero ambos consiguen provocar una emoción intransferible que le abren de par en par las puertas del corazón popular. Con textos de él o de los poetas de su admiración, ubica un impacto detrás de otro. Innegable trovador popular, es tan indiscutido que su popularidad no tiene precedentes fáciles”. Es más, hoy me asiste la convicción de que sin este disco, jamás hubiera cumplido con mis sueños como artista.

Enrique Llopis
Buenos Aires, 1999