Enrique Llopis (Cantante y Compositor)

Antonio Tarragó Ros

: El hombre que abrió caminos

Abordar en apenas unas pocas líneas la obra de Antonio Tarragó Ros resulta tarea imposible. En él, cantidad y calidad son dos caras de una misma moneda. Los complejos vericuetos que recorre su arte nos conducen hacia un sinfín de imágenes, de sueños y misterios que siempre están atravesados por el pulso estremecido de su búsqueda constante. Y en esa búsqueda Antonio se ha enfrentado desde siempre a las turbulencias de su alma. Han pasado muchos años desde que tuvo por primera vez un acordeón en sus manos y sus dedos pequeñitos recorrieron los botones descubriendo los sonidos de aquella “verdulera” heredada. Porque sabido es que su padre, El Rey del Chamamé, imprimió en él una manera de sentir y un admirable modo de comunicarse con su pueblo. Y sabido es también que Antonio tomó la posta. Que en su temprana juventud recogió el guante desafiante de su gran referente y con la rebeldía de sus convicciones más profundas, con la pasión de un creador incansable, fue encontrando poco a poco su propio estilo y su inconfundible sonoridad. Amasando su arte en los bailes humildes con piso de tierra, buscó sin ataduras nuevos horizontes. Y llevando la contraria a quienes habían decretado para el chamamé un lugar “en las afueras”, Antonio, con su desbordada pasión y su reconocida terquedad, enfrentó con cuerpo y alma lo preconcebido. Pero el camino no sería fácil. Porque en él anidaba no solamente un muy buen intérprete del género sino además un creador que había decidido abrirse paso con “lo propio” es decir que llevaría a los escenarios más importantes un género musical profundamente enraizado en el pueblo pero alejado de los espacios consagrados a “escuchar música”. Así había sido siempre. Salvo algunos hechos aislados, en los teatros o salas de espectáculos no se programaban espectáculos de “chamamé”. Y esto es algo que hay que recordar. Antonio es el gran precursor, el músico que abrió las puertas para que por ellas entraran los nuevos aires, las nuevas formas y el carácter renovado de un género musical enraizado en el pueblo -repito- pero descalificado por aquellos que nos dicen qué escuchar y dónde.
Alguna vez en Cosquín, Julio Márbiz afirmó que estábamos en presencia del más grande renovador del chamamé pero a su vez el más tradicionalista. Y no estaba equivocado el gran animador, quien, por cierto, no fue el único en advertir y destacar el talento de un compositor que a mediados de los años 60 se tuteaba con los más altos exponentes de nuestra música popular. Muchos vieron en él a un creador distinto. Mariano Mores, por ejemplo afirmó: ¡Como se nota que Antonio trabaja y pule melodías, melodías! Parece un compositor del 40... es muy inspirado... Que esto lo diga el creador de Cafetín de Buenos Aires o de Gricel no es un dato menor. Pero también Ariel Ramírez, Mercedes Sosa, Isaco Abitbol, Ramona Galarza, Horacio Guarany o Armando Tejada Gómez, por mencionar otros grandes nombres, exaltaron la belleza de sus melodías, su manera tan particular de componer canciones. Antonio Tarragó Ros es para mí el compositor más importante de nuestra generación. Y su sensibilidad, ese don que le ha permitido interpretar el alma de su pueblo y llegar al oído y al corazón del mismo, hoy recibe el reconocimiento de su gente: sus canciones forman ya parte del repertorio de los más reconocidos solistas y conjuntos y renacen en las voces que pueblan nuestras vidas. Sus melodías vuelan, atraviesan fronteras y se funden en las lenguas más remotas. Las versiones de sus temas cantados en italiano, hebreo, inglés, francés, portugués y, por supuesto, en guaraní, así lo demuestran. Sus canciones llevan los sonidos del agua y de la selva y la madera y los pájaros y los sueños. Pero también pregonan libertad y gloria.

Enrique Llopis
Buenos Aires, otoño, 2013