Enrique Llopis (Cantante y Compositor)

Facundo Cabral

: Una muerte que todavía duele

Publicado en la sección “Opinión” del diario La Capital de Rosario, (9/7/2015)

La mañana del 9 de julio de 2011 nos despertamos con una noticia muy triste: habían asesinado a Facundo Cabral. Uno sabe que vive en un mundo loco, atravesado por el sin sentido, donde ocurren cosas que no debieran ocurrir, plagado de injusticias, de dolor y de maldad insolente, como dijera Enrique Santos Discépolo. Sin embargo, a veces ocurren ciertas cosas que colman todos los límites del entendimiento y de la comprensión. Que provocan una mezcla de asco y de vergüenza por la parte que nos toca, habida cuenta de que somos parte de esa extraña mezcla de contradicciones que es la condición humana. La muerte por asesinato de Facundo Cabral es uno de esos episodios que cuestan creer, por la enorme dosis de absurdo que encierra. Y digo “absurdo” porque creo que es la palabra que mejor define este hecho aberrante. Porque si hubo sobre este planeta una persona incapaz de odiar, de hacerle mal a alguien o de ejercer algún grado de maltrato sobre el prójimo, ese ser fue Facundo Cabral. ¿Por qué justamente a él? ¿Por qué? ¿Por qué a cualquiera?, en verdad, ya que un asesinato es siempre injustificable; pero en este caso, el “absurdo” se agiganta por tratarse de quien se trata: un artista que nos fortaleció desde la belleza de sus canciones, que nos invitaba a honrar al semejante, que nos alentaba a descifrar el “luminoso misterio que llamamos vida”. Conocí muy bien a Facundo. Nadie me ha contado nada acerca de sus valores, ya que tuve oportunidad de comprobarlos personalmente, trabajando con él y compartiendo larguísimas charlas. Aún recuerdo aquellos recitales que dimos juntos en el Teatro de la Fundación Astengo, en la Facultad de Ingeniería, en La Casa del Bajo, en el Teatro Olimpo o en la peña La Posta del Rosario (en esta última fuimos víctimas de una razzia policial en la que fuimos arrestados y llevados en colectivos a la Jefatura de Policía junto con todos los que formaban el joven y variopinto público de la peña). Al poco tiempo, coincidiendo con nuestro éxito de La Forestal a comienzos del 84, Facundo, comenzó un ciclo en el Teatro Regina de Buenos Aires -de la mano de Lino Patalano, su manager, y “Pelo” Aprile, su productor discográfico- y produjo un fenómeno de taquilla y ventas de discos tan impactante que rápidamente se ubicó entre los artistas
de mayor convocatoria en los inicios de nuestra Democracia. Solito con su guitarra y su palabra siempre esperanzada, comenzó a llenar los teatros y los estadios de todo el país, y pasó a ocupar el lugar que siempre mereció y que muchas veces le había sido negado. Cada vez que nos encontrábamos recordaba a sus amigos y los grandes momentos compartidos en Rosario, en los años luminosos en que conoció a Silvia y volvió a soñar y a enamorarse. Facundo Cabral fue un hombre distinto, un ser excepcional. Por eso, créanme si les digo que hemos perdido y aún lloramos a un ser humano de esos que no tienen repuesto. Cuando alguien nombra a Facundo Cabral, todos están de acuerdo en que se trataba de “un personaje”. Pero a diferencia de otros personajes, creados para lograr una imagen atractiva y vendedora, funcional al mercado, el de Facundo era inseparable de la persona. Porque era él, uno de esos honrosos casos de individuos que viven de acuerdo a sus convicciones y sostienen un discurso que no desmienten en la práctica. Facundo Cabral fue un gran artista, un hombre austero que vivía en un hotel y andaba por el mundo con lo puesto: su ropa, su guitarra, sus libros. Cuando logró un reconocimiento masivo, la mayor parte de lo que ganaba se lo enviaba a su madre, ese otro personaje tan presente en su discurso, arriba o abajo del escenario. Y cuando hablaba o contaba anécdotas de Gandhi, de Tagore, de Borges y de tantos otros grandes referentes, podía a lo sumo exagerar -que para eso era artista- pero jamás mentir. Demás está decir que lo he admirado, querido y respetado, porque era merecedor de todos esos sentimientos. Por eso, desde este punto de encuentro quiero confesarles mi sensación renovada de tristeza cuando recuerdo su triste e injusta muerte. Hoy, a cuatro años de ese brutal crimen perpetrado por sicarios en Ciudad de Guatemala, quiero, necesito recordar a ese poeta amigo, loco y querido, que volaba bajo, porque sabía muy bien que abajo está la verdad.